domingo, 1 de abril de 2012

Bajo la bandera negra - Justus F. Wittkop



«El hombre es bueno» El anarquismo se basa en esta convicción y a partir de ella extrae sus argumentaciones: si el hombre es bueno, no se necesita violencia para mantenerlo en el camino recto, cosa por la que se han esforzado siempre las instituciones estatales (policía, tribunales, leyes, gobiernos e iglesias) con sus medios de coacción, y mediante la cual, además, justifican su existencia. El hombre tiene derecho a la libertad sin restricciones. Puesto que es autónomo solamente una adhesión voluntaria puede obligarle a algo. Sin embargo las instancias coactivas no quieren renunciar a la fuerza que se han arrogado. De aquí surgen todas las opresiones, injusticias, crímenes y sufrimientos sociales. Por eso el hombre debe liberarse de sí mismo, es decir, debe desencadenar la revolución; no la revolución política, que lo único que hace es sustituir una dominación por otra, sino una revolución mucho más amplia que destruya todas las formas anteriores que han conducido a los hombres en un desarrollo unilateral a las actuales situaciones de dependencia; una revolución que traiga consigo la liberación de todas las coacciones económicas y políticas, puesto que esta libertad puede ser el único estado apropiado. Por esta razón todo lo que acelere su estabilidad debe favorecer, mientras que ha de ser destruido, por el contrario, todo lo que se oponga o le obstruya el camino.

Esta profesión de fe del anarquismo, reducida a la fórmula más simple, contiene ya la paradoja de que aspira alcanzar el estado final de ausencia total de violencia con ayuda de la misma, si bien hay que tener en cuenta también que había tendencias anarquistas que rechazaban toda forma de violencia. Precisamente el anarquismo no conoce dogmas. Teóricamente todos los anarquistas coincidían tan solo en defenderse frente a toda violencia estatal, y sobre todo frente a toda dictadura, aun (en realidad dictadura de los dirigentes del partido). [...]


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